Aquellas grandes casonas

Aquellas grandes casonas
perduran en la memoria

miércoles, 20 de abril de 2011

Primavera 2011

Otearé tus horizontes de nuevo
acompañada de imberbes intrusos
que dejarán impresas en el río
las huellas de su paso y la sorpresa
al grabar ese rojo en sus retinas

sábado, 24 de abril de 2010

UN LEGADO DE NOSTALGIA






Este legado de nostalgia es para
mis hijos Marta, Felipe y Ángela,
deseando que disfruten leyéndolo          
lo mismo que he disfrutado yo
buceando en el fondo de mi corazón.



Este legado
de nostalgia
es para vosotros.
También yo
fui pequeña ,
y jugué a las muñecas,
y al coger,
y al pollito inglés,
y perseguía renacuajos
en los charcos,
y hacía cabañas
en las ramas,
y comía membrillos
en septiembre,
y granadas
en verano.

En verano…

Y aún los huelo…











Al viejo estanque ovalado

He ido a visitarte tras mucho tiempo de ausencia,
VIEJO ESTANQUE...


Me contagia su belleza
este  ovalado esqueleto
de nenúfares difusos

centinelas en la noche
que, náufragos en las aguas,
se deslizan lentamente
hasta llegar a los bordes
ateridos y gastados
bailando al son que le tocan
esas mariposas blancas
hasta quebrarse las alas
con tan vivo movimiento.


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Hondo espejo de eucaliptos,
de zarzales y moreras
que se inclinan, achacosos,
para peinar sus cabellos
y arroparte con sus hojas
que se hunden indecisas
hasta acabar en el fondo
de tu humedad infinita.


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!Cuántas veces me he acercado
a acariciar tu tibieza
y a contemplar por la noche
los reflejos de la luna
y los zumbidos constantes
de tus amantes alados
que se posan inconscientes
en las ramas vigilantes!

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¡Cuántas veces me he sentado
en tu desconchado borde
y he acariciado un nenúfar
afianzado sobre el fondo
dejándolo desplazarse
entre insectos y hojarasca
hasta pararse, cansado,
en las redondas aristas
que cortejan , incesantes,
esas flores trashumantes!


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Se hace tarde, viejo estanque.
Ya te dejo …Descansando
en el silencio nocturno.


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El contacto con tu muro
ha provocado que fluyan
sensaciones enquistadas
cubiertas de telarañas,
para plasmarlas, con prisa,
en libretas olvidadas
en algún lugar secreto.


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Vuelvo hoy, tras muchos años,
a recordar el pasado,
a descrecer lo crecido…
Huelo, oigo, siento, corro,
 juego, lloro, canto y  salto
como hace mucho tiempo,
mucho tiempo…


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Hoy recuerdo todo aquello
que he vivido tantas veces
en imágenes plagadas
de colores que perduran
ante el tiempo que pasea
por las neuronas maduras
de un cerebro desgastado.




¡Cuántas veces he soñado
con aquella casa grande        
con la escuela de cristales,
con la capilla anglicana,
con el banco solitario,
con el estanque ovalado,
con el ‘clú’ de puertas verdes,
con los 'bólivos'  tan duros,
con el Zumajo lejano,
con el monumento quieto,
con el museo romano
y la marquesina ausente,
con el muro y las garitas,
con los jardines y huertos,
con el tosco gallinero
con el charco de la rana,
la baranda y las praderas!




Recuerdo los eucaliptos
bañados por las tormentas,
y el pirulí con su techo
de madera...













MI CASA




Cuando veo tu esqueleto amarillento
desgastado por el paso de los años
imagino tus paredes coloridas
flanqueadas por el verde de las puertas.


Te diviso desde lejos y recuerdo
los tres pisos de casona victoriana
centenaria y arraigada en otras tierras
aceptada ya por el entorno rojo.






Reconstruyo ventanales alargados
protegidos por esteras gigantescas
que en verano invitaban al sosiego
a la hora intempestiva de la siesta.


Escalones encerados de madera
conducían a lo alto del reducto,
‘el doblao’, donde la gente imaginaba
las historias más fantásticas y bellas.


Los rincones me servían de escondite
de canicas, recortables y juguetes
y buscaba en cajones chirriantes
los objetos desechados tras romperse.


La ventana de mi cuarto la recuerdo
como algo fascinante que imantaba:
me asomaba muchas veces cada día
y observaba caminar a algún intruso
y las pistas de deporte al ser pintadas.


El jardín que por detrás se divisaba
enmarcado en un camino de cemento
entre rosas, margaritas y romero
conducía a un santuario de jazmines
donde gatos callejeros se escondían.


Un gran árbol de limones permanentes
cobijaba tras sus ramas protectoras
una casa de muñecas construída
por mi padre con tablones alargados.


Su tejado de uralita curvilínea
protegía de la lluvia en el invierno
y servía de almacén de bicicletas
aparcadas por el frío de diciembre.


Un gran banco rodeaba el nisperero
que era cómplice de charlas infantiles
y su tronco con frecuencia sostenía
la cabaña de maderas y cartones.


La escalera que subía a la azotea
se llenaba de verdina ya en noviembre
y en el césped del jardín, junto al cemento,
reposaban con añil los paños blancos.


Cuando veo tu esqueleto amarillento
desgastado por heridas multiformes
imagino tus paredes sin arrugas
adornadas con geranios y azucenas.






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LA ESCUELA




Escalones de cemento
nos llevaban a la entrada
de cristales reflectantes.
Un edificio pequeño
albergaba , por niveles,
a niños ensimismados
sentados de dos en dos
en pupitres de madera
con tapas que se elevaban
oradadas por tinteros
que ya nadie utilizaba.
Las pizarras de las cuentas
eran negras y pequeñas,
tan duras como la roca,
con un marco de madera
para poder manejarlas
sin dificultad , y luego
se limpiaban con un trapo
humedecido con agua
que se secaba de golpe.


Los pizarrines herían
aquellas pizarras negras.


Las tormentas otoñales
nos asustaban a todos .
Los truenos, acompañados
de destellos fulgurantes,
eran combatidos siempre
con plegarias salvatorias :
‘ santo Dios, fuerte e inmortal.
líbranos de todo mal ‘,
mientras los pies descansaban
sobre un listón de madera .


En el patio había un grifo...




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EL AGUA CLARA


De dónde venía el nombre
no lo puedo recordar.
Sé que largo era el camino
hasta llegar a tocarla.
Tan clara tenía el agua
que nos servía de espejo
y perfilaba, serena,
nuestros rostros asombrados
y enrojecidos a un tiempo.
Las caras que dibujaba
se confundían más tarde
tras un cómplice silencio,
que se rompía de pronto
cuando una mano traviesa
se introducía, impetuosa,
en la claridad del agua
donde reposaban juntas
piedrecitas multiformes
de mil colores diversos.


Carrera, charco a través,
de infantiles pies desnudos
para compartir tesoros,
pétreas joyas trashumantes
combatientes sin descanso
desde la cima del monte.


El sol se ponía al fondo.




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AQUEL BANCO


Algo tenía aquel banco
tan majestuoso y tan frío
al mismo tiempo.
Sus losas desdibujadas
transmitían la humedad
de la intemperie olvidada
que le hacía compañía
durante toda la noche.
Observador a distancia
de jardines sombreados
acogía con desgana
conversaciones repletas
de matices muy distintos :
desde risotadas llanas
a juveniles susurros
pasando por roncas toses
de cenicientas cabezas.
La frialdad de su respaldo
me recorre todo el cuerpo
y es que, al recordarlo ahora ,
me lo imagino vacío.




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EL “ CLÚ”


El “clú”, al fondo, el “clú”.
Sin b, en medio, el clú.
La marquesina del “clú”.
El escenario del “clú”.
Las fiestas del “clú”.
Las tapas del “clú”.
Las revistas del “clú”.
La piscina del “clú”.
Las leñeras del “clú”.
La puerta del “clú”.
La pradera del “clú”.
Los discos del “clú”.
La tele del “clú”.
El men only del “clú”.
La biblioteca del “clú”.
Los libros del “ clú”.
Los pasillos del “clú”.
El teléfono del “clú”.
Las ventanas del “ clú”.
Y…
Alberto .
Mat Monroe suena a lo lejos...




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LOS BÓLIVOS


Un seto verde , muy ancho,
recorría los caminos
que llevaban a las casas.
Por encima de su anchura,
los parterres florecidos
reposaban a la sombra
de eucaliptos centenarios.
Yo acariciaba las hojas
al caminar junto al seto
haciéndome algún rasguño
en las manos o las piernas
con sus ramas tras la poda.


Las duras hojas perennes
solían ser arrancadas
y enrolladas torpemente
hasta llegar a dar forma
a un objeto musical
que, sujeto con dos dedos,
emitía unos sonidos
estridentes y aflautados .


Los paseos a lo largo de los setos,
eran interminables.




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EL ZUMAJO


Desde la terraza en alto de los años
rememoro tu silueta en la colina
entre montes salpicados de maleza
y el sonido del foreño entre los pinos
Todo era silencio a pesar del viento
y de las piñas cayendo desvalidas .


El embarcadero de madera ajada
se balanceaba solo, lentamente.
Recodos solitarios sin salida,
apoyo de unos remos alargados
de barcas de hendiduras preocupantes
que el agua invadía presurosa.


En colores mi memoria recupera
el bullicio de los niños en el agua
observados a lo lejos , sin descanso,
mientras iban y venían entre risas.


Las comidas y meriendas a la sombra
con manteles de colores deslumbrantes.


La canasta que llevaba hasta lo hondo
las bebidas que sacábamos más tarde
refrescando así la sed del mediodía
de jornadas de un verano caluroso.


De nuevo hoy te contemplo desde lejos
y me paro a escuchar entre los pinos
el sonido del foreño cadencioso
que despierta en mí recuerdos sepultados.


Los ahogados se perdieron en el fondo …




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EL MUSEO ROMANO


Muchos restos romanos encontrados
descansan en baldas polvorientas,
y esperan sin prisa cada día
que alguien los saque de ese tedio.


Vasijas adornadas con figuras
enseñan sus heridas restauradas.
Lagrimeras cautivas de tristeza
olvidadas con el paso del tiempo.
Lucernas que recuerdan a Aladino,
sin asas, rojizas, negras por dentro.


Una lápida de algún estigiano
descansa, rota, en el rincón del fondo.
La noria grande de madera oscura
se merece este descanso eterno.


Un silencio penetrante
acompaña aquellos restos.




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LA MARQUESINA


No me sale la cuenta
de las horas pasadas
en la marquesina.


Su techumbre en declive
hacía que la lluvia
cayera en catarata
hasta nuestros paraguas.


Seis columnas cuadradas
se mezclaban con los troncos
de unas plantas trepadoras
casi siempre desnutridas.


Dos muros no muy altos
de ladrillos rojo fuerte
la separaban del resto
de las aceras grisáceas.


Tres ventanas gigantescas
de madera verde oscura
daban a zonas prohibidas
copadas por los mayores.


La doble puerta de entrada
esperaba a ser abierta
desde dentro cada día
por la gran llave oxidada.


Carreras de un lado a otro,
chocazos con las columnas,
saltar los muros sin manos,
espiar por las ventanas.


¡ Qué lejos queda hoy aquello!




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EL MURO




No era de mucha altura
aquella muralla tosca
que separaba las casas
del resto de los vecinos
que habitaban en el pueblo.


Dos garitas custodiaban
las entradas y salidas
donde un guarda uniformado
instaba a los transeúntes
a responder a preguntas
sobre el lugar escogido
para dirigir sus pasos.


Desde fuera daba miedo
tan ni siquiera pensar
en rebasar la barrera:
baluarte que confería
confianza a los de dentro
sin plantearse por ello
analizar su existencia.


Al salir de aquel amparo
protector durante años
era difícil andar
sin respaldo por la vida.


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LA CASA CONSEJO




Con sus paredes de temple amarillo
y sus ventanas cuadradas,
rodeada de setos
tan altos como la luna
allí estaba la casa grande.


Planeábamos sin descanso
la forma de introducirnos
en aquella casa grande
como hacían los mayores.


No siempre estaba habitada :
cuando venían de fuera
directores generales
a celebrar sus reuniones
recuperaba el aliento.
Al marcharse ellos , de nuevo,
se aletargaba de pronto…


Teníamos que vigilar
al guarda que la rondaba
cuando caía la tarde,
hasta poder escalar
por el canalón del fondo
que llevaba a la ventana
del cristal roto por donde
introducía la mano
el que llegaba primero,
facilitando la entrada.


Un piano de cola
daba la bienvenida
a aquel salón imponente
lleno de sofás inmensos
y butacas de orejeras
que invitaban a sentarse.
La bombonera en el centro
de aquella mesa ovalada
imantaba las miradas
de las visitas curiosas.


Desde las altas ventanas
divisábamos praderas
que en tres niveles distintos
llegaban a la hondonada
partiendo de la baranda
de la marquesina rosa.


Hay flores por todos lados
que dan un aire festivo
a la casona embrujada.


Tras recorrer dormitorios,
salones, despachos, baños,
bibliotecas, vestidores,
escaleras y pasillos,
agitado el corazón,
nos dirigimos de nuevo
hacia la ventana abierta.


Al pasar junto al piano,
testigo mudo y silente,
no resistimos las ganas
de levantarle la tapa
y teclear unas notas
combinadas torpemente.


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EL HUERTO SALOMÓN


Muchos días íbamos al huerto.
Era un huerto grande, con albercas,
Un huerto compartido, sin linderos.
Los manzanos daban manzanas pequeñas
y los granados florecían en verano.
La parra iba creciendo en primavera,
conquistando con sus hojas pecioladas
la pared que la guardaba de los vientos.
El nisperero rudo de copa ancha
ocupaba el rincón del fondo.
Los membrillos dorados de septiembre
nos endulzaban las tardes soleadas.
Bajo la higuera esperábamos a veces
que pasaran las tormentas otoñales.


Ya de vuelta en el agua de la alberca
nos limpiábamos las caras churretosas.






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EL GALLINERO


No había gallinas en aquel gallinero.
Había unos pinos altísimos
que no dejaban pasar el sol,
llenos de piñas abiertas
y procesionarias amarillas.
En la explanada de albero
estaban las porterías de rocas.
Frente a los pinos se elevaban
unos riscos de rocas muy duras
por donde subíamos siempre
con riesgo de resbalarnos
para tirarnos más tarde
por un terraplén inmenso
cubierto de agujas secas
de las ramas de los pinos.


Al fondo del gallinero
un camino entre matojos
llevaba hasta el monumento.


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EL CHARCO DE LA RANA


La bajada entre pinos y eucaliptos
era siempre el preámbulo obligado
de una tarde festiva,
temblorosas las manos de impaciencia
por llegar al recodo escondido
y acompañarte en el frío
de un otoño ceniciento.
En cuclillas observábamos
los renacuajos parduzcos
que escapaban serpenteantes
al vislumbrar el reflejo
de negras botas de agua.
Las temían cada tarde
cuando chocaban con ellas
dentro del charco violado
por botellas de cristal
que intentaban atraparlos
por el largo cuello verde,
pasadizo misterioso
que unía el fondo del charco
con lo desconocido.


El jolgorio de los niños
se oponía frontalmente
a la angustia de las ranas
que croaban espantadas.


Llenas las botellas verdes
de renacuajos inquietos
se imponía ya el regreso
por el camino bañado
de luces crepusculares.


Las botas negras de agua
marcaban a coro el ritmo
de la subida empinada.


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LA CAPILLA


Al final de aquel camino
de eucaliptos y hojarasca
te topabas de repente
con la pequeña capilla.
Parecía rescatada
de una novela de Dickens
con su peculiar tejado
de aleros sobresalientes
y la verja de la entrada
custodiando las paredes.
Las dos puertas al cerrarse
conformaban la apariencia
de ojivales construcciones.


Diez bancos a cada lado
de un pasillo más bien ancho
oprimían los riñones
cada domingo en la Misa.


Subiendo las escaleras
de caracol con baranda
se llegaba al piso donde
el órgano reposaba
hasta que manos expertas
acariciaban sus teclas.


Testigo de confesiones,
comuniones y siseos,
letanías ,peroratas,
alegrías y tristezas,
es recordada a menudo
cuando la veo dibujada
en la pared del pasillo.


El tiempo,
de acompañante...


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EL CEMENTERIO


Entre manzanos y almendros
en las tumbas descansaban
los muertos del cementerio.


Como un jardín descuidado
salpicado de epitafios
se adornaba el camposanto
con vivas flores silvestres
empujadas por el viento
y las lluvias otoñales.


Habían sido abandonados
aquellos cuerpos sin vida
por nómadas familiares
que no les acompañaban
en su descanso perenne.


Las hojas secas cubrían
las tumbas de aquella gente.


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EL PIRULÍ




Por su peculiar formato
le pusimos ese nombre :
el pirulí.


Era como aquel tiovivo
sin caballos de cartón
que, parado totalmente,
invitaba al movimiento.


Un tejado octogonal
que se apoyaba en pilares
astillados de madera
coronaba su figura
tan esbelta y atrayente,
y la acompañaba, mudo,
hasta el cemento grisáceo.


A cada pilar un niño
se agarraba fuertemente
mientras cantaban a coro
memorizadas estrofas,
sustituyendo los sones
de quintetos y orquestinas
que antiguamente tocaban
los domingos de mañana.


El cemento se gastaba
con el roce de las suelas.


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EL MONUMENTO




No era un monumento
cualquiera.


La escalera circundante,
como un zigurat robusto,
tenía cuatro niveles.


En lo alto,
una columna cuadrada,
hecha de escoria rojiza,
soportaba estoicamente
los nombres encadenados
de los caídos luchando
en una guerra europea :
James, Edward, Thomas, Michael.
Las edades, a su lado,
eran sobrecogedoras :
dieciocho, veinticuatro…


Recordando a las mujeres
y a los hijos que tuvieron
pasábamos muchas tardes
haciéndoles compañía.


Llevábamos bocadillos
en bolsas hechas de tela
y cantimploras con agua
que nos colgaban del hombro
para hacer más soportable
la tragedia de los muertos.


Entre bocado y bocado
repetíamos los nombres :
Philip, Andrew, Joseph, David,
sentados en la escalera .




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EL TREN


Sentados sobre el muro
lo veíamos pasar.


La locomotora negra
avisaba cada tarde
con su silbato aflautado
de su paso por la vía.


Saludábamos con gritos
a los viajeros sentados
junto a las ventanas , sucios
de trabajar en las minas .


Las ruedas de los vagones
hacían saltar por los aires
las piedras que colocamos
en los raíles helados.


La chimenea atrompetada
expelía un humo blanco
que siempre se dirigía
hacia atrás y provocaba
roncas toses.
Y era, entonces,
cuando se perdía de vista
en el recodo lejano
entre las lajas parduzcas.


Un punto negro en la tarde …




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LAS GARITAS




La de arriba y la de abajo.


Las aperturas del muro
se encontraban custodiadas
por dos garitas pequeñas,
ocupadas por los guardas
que estuvieran de servicio.


Dos ventanas de hoja doble
pintadas de verde inglés
invitaban a la luz
a pasar a su interior.


En una esquina del fondo
la chimenea calentaba
el cubículo en invierno,
mientras Benito cortaba
con su navaja el chorizo
que comía junto al pan.


Algunas veces nos daba…


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De ti me alejo,
nostalgia…

bajo los eucaliptos

que me acompañan

en la despedida.


Descansa tú, también,

en el silencio nocturno…



















AUTORA :


MARÍA TERESA
HUNT ORTIZ



Terminado el día 21 de enero de 2001.