Aquellas grandes casonas

Aquellas grandes casonas
perduran en la memoria

IN MEMORIAM. ( A CARLOS SUÁREZ)



Querido amigo Carolus:
no sé si será posible
que un cartero de las nubes,
de esos que llevan pegadas
alas blancas en el cuerpo,
te haga entrega de esta carta
que en desolación te escribo
después de haberte marchado
sin previo aviso
No sé cómo trasladar
los sentimientos que embargan
mi  longevo corazón
a este papel nacarado
evitando que se escape
una lágrima furtiva
sobre el teclado.

Pero si lo pienso bien
tu deserción planeada
sin indecisiones previas
bien merecen la humedad
de este lamento.

Quiero empezar por decirte
que me duele enormemente
que hayas hecho el recorrido
en solitario.

¿Tan potente  es la llamada
desde el abismo profundo
que contrarresta la fuerza
de una amistad permanente?,
me pregunto a cada instante.

Podrías haber pensado
cuando te hundías del todo
en llamarme y derramar
tu dolor a borbotones
como lo hacíamos antes
sin turbación ni sonrojo.

Querido amigo Carolus:
¿Te acuerdas de aquel verano
a mitad de los setenta
cuando al caerte del muro
te fracturaste dos huesos?

Como pude te llevé
al hospital en la bici
pensando que no acabaría
nunca la calle empinada
y que la herida sangrante
que te produjo en  la cara
una piedra puntiaguda
provocaría tu muerte
si no llegábamos pronto.

Cuando yo me destrocé
la rodilla racheando
por  las gravillas del parque
en seguida me lavaste
                                 la herida con agua fresca
                                 y me acompañaste, luego,
                                 a ponerme la inyección
                                 del tétano tan temido.

Quédate a comer, Carolus,
te decía con frecuencia
cuando venías a casa
a buscarme tantas veces.
Los filetes  con patatas
te gustaban más que nada.
No...
Hoy comemos en mi casa,
que hay ensaladilla rusa
y pastel de chocolate.

Huelo el pastel todavía,
e intuyo el sabor  amargo…

Reconstruyo con quebranto
esas tardes invernales
colmadas de travesuras
que ideábamos a medias
en trasteros subterráneos.

Toda tu historia vencida
desentierro al añorarla,
y reviso al mismo tiempo
mi pasado junto al tuyo.

Compartimos la inocencia
de una infancia venturosa,
los secretos más profundos
de una adolescencia altiva,
amores que más que amores
fueron flirteos virtuales,
una vida de estudiantes
lejos de nuestras guaridas
para luego terminar
en ciudades  muy lejanas
vegetando como arbustos.
Cuando me casé ocupaste
una plaza preferente
en los bancos de la iglesia;
aún guardo el portafotos
que nos regalaste entonces
con una imagen que siempre
conservaré de  tu rostro.

Algunos años más tarde
me anunciaste con euforia
el fin de tu soltería.

El tiempo cabalga raudo
por la senda que es la vida:
acordamos que en verano
nos reuniríamos siempre
para renovar los votos
de una amistad permanente.

No ha concluido el otoño
todavía…
Una llamada nocturna
me comunica
que has dejado de existir…
No me lo creo.
Carlos. … Carolus…Carlos…
No me lo creo…